Este artículo sobre la ortografía y nuestros jóvenes ha sido publicado en El País este pasado domingo. Lo recomendamos a alumnos, padres y profesores; en nuestra opinión con el Plan de Escritura del colegio nuestros alumnos irán reduciendo poco a poco todas estas incorrecciones , por lo menos, eso es lo que esperamos. Disfrutadlo.
Elisa Silió
16 FEB 2013
Escribir habrir es una falta de ortografía tan descabellada e
inverosímil que parece un signo de rebeldía, como quien escribe okupa.
Sin embargo, cuando una profesora de Hispánicas —letras— y otra de
Agrónomos —ciencias— repasan en común mentalmente las faltas más
habituales de sus alumnos aparece pronto el dichoso habrir.
¿Cómo llegan a una falta tan rocambolesca? Probablemente, conjeturan las
docentes, porque no distinguen “habría” del verbo haber de “abría”
(casi siempre escrito sin acento) de abrir. Los fallos ortográficos y de
expresión son frecuentes en unos estudiantes que con esa ortografía no
hubiesen pisado la Universidad. Los profesores reconocen que el panorama
es desolador, pero pocos bajan la nota de un examen por la ortografía y
la expresión —menos aún en las carreras de ciencias— y no existen
reglas comunes para baremar este asunto en los departamentos de las
facultades.
“Hay algo de verdad y algo de tópico. Si no hubiera sido por la
métrica, el poeta podría haber dicho tal vez ‘cualquier ortografía
pasada / fue mejor’. Antes había un sector de la población que no
estudiaba y que apenas sabía escribir. Ese sector hoy ha accedido a la
enseñanza y, por supuesto, escribe mejor”, explica el académico Salvador
Gutiérrez, que fue el encargado de coordinar Ortografía de la lengua
española, el polémico volumen de la RAE. “Sin embargo, los que antes
estudiaban debían someterse a un largo y duro aprendizaje de corrección
idiomática y, como consecuencia, su ortografía alcanzaba un nivel mucho
más elevado que el que tienen los que, por ejemplo, acceden hoy a la
Universidad”.
“El problema no es solo de ortografía. También, o más, de prosodia.
Es decir, la organización de la sintaxis: los puntos, las comas…
Entiendo “baca”, pero puedo no entender el discurso si no se organiza
bien. Es difícil de marcar, pero no se esfuerzan”, plantea Flor Salazar,
profesora de Filología Hispánica en la Universidad Complutense. “Por
ejemplo, está muy de moda no poner las sangrías después del punto y
aparte. Hemos copiado a los anglosajones y eso tenía su utilidad”,
prosigue. “Yo, cuando era pequeña, todos los días hacía una redacción. Y
es lo que deberían de hacer ahora. Redacción, redacción, redacción.
Recuerdo a una compañera de facultad que, hace 40 años, tuvo un cero por
escribir disminutivo”.
Amparo Medina Bocos, profesora jubilada de Lengua en secundaria,
remarca también la importancia de las tildes. “No es lo mismo ‘revólver’
que ‘revolver,’ pero está socialmente mejor visto que escribir vailar. Hemos caído en la dejadez. En la calle lees cafeteria y antiguedades. Nada”.
“Si un estudiante escribe que la toma de la Bastilla tuvo lugar en
1787 es probable que no obtenga un sobresaliente, aunque quizá tampoco
un suspenso. Pero si escribe que la toma de la Bastilla tuvo lugar en
1987, o —como parece que escribió una vez cierto estudiante— que lo que
tuvo lugar en 1789 fue la toma de la Pastilla, entonces no necesita una
calificación, sino en rigor un aviso de que no ha llegado a ponerse en
condiciones de ser calificado en un examen de Historia”, opina José Luis
Pardo, catedrático de Filosofía en la Complutense. “Creo que este es el
mismo caso de las faltas de ortografía (cuando son graves): no es lo
mismo si un alumno de primero de Filosofía escribe Witgenstein con una
‘t’ de menos que si escribe el dever ser con uve. Hay que
suspenderle, claro está. No hay otra manera de hacerle notar que no
cumple las condiciones, pero conviene que se entere de que ha suspendido
no por falta de conocimientos, sino por no reunir las condiciones
previas necesarias para poder ser calificado”. “Es como si en la escuela
de ingenieros se preguntasen si hay que ser exigentes en la
construcción de puentes o si se debe levantar un poco la mano, aunque
algunos viaductos se caigan a la primera ventolera”.
Pardo modela a los próximos filósofos y José Manuel Sánchez Ron, en
la Autónoma de Madrid, a los que un día serán físicos. Este cuatrimestre
el académico de la Lengua ha decidido bajar la puntuación en Historia
de la Ciencia, una asignatura optativa, por los fallos “aunque de una
manera generosa, no condicionará su aprobado”. “He tomado esta decisión
individual a la vista de que no conduce a nada decirles que presten
atención porque saldrán mejor preparados”. El primer día de clase, el
científico les recuerda la importancia de escribir bien. “Les digo que
no soy su colega y, por tanto, que no pueden escribir como un SMS a los
amigos”.
El inglés es la lengua franca en ciencias, pero se niega a que se
escuden en el argumento de que lo importante es ser capaces de resolver
las fórmulas y problemas. “Es la manifestación de un movimiento
posmoderno. La ortografía no es un juicio relativo, es una ley
absoluta”, dice Ron.
Consensuar que se valore la forma y no solo el contenido de lo
escrito no parece fácil. Hace una década un grupo de profesores de
Hispánicas en la Complutense propuso al decanato un reglamento común al
que ampararse ante las quejas estudiantiles, pero este adujo que el
asunto no era de su competencia. “Debe bajarse la nota (incluso hasta
llegar al suspenso) cuando se trata de faltas graves y/o muy reiteradas.
No debería ser preciso ningún reglamento, como tampoco para ir a clase
completamente vestido y calzado o no entrar en el aula con mascotas, y
el simple decoro (el sentimiento de vergüenza ante el reproche común)
debería bastar para que se inhibieran los infractores”, sugiere Pardo.
Aunque, realista, concluye: “Está claro que esto ha dejado de ocurrir,
de modo que es preferible que haya una norma común, si fuera posible de
Estado, porque esto sería lo más parecido a no tener que estar todo el
rato advirtiendo lo que en realidad no haría falta advertir porque es de
sentido común”.
Que se lo digan a un profesor de un grado en Comunicación en una
prestigiosa universidad pública española enfrentado a sus alumnos por su
decisión de rebajar la nota con las faltas. Eso ha supuesto el suspenso
de más de uno. “La culpa es de los alumnos, claro, pero también de los
docentes. Rebajamos mucho el listón y obviamos la necesidad de subrayar
que se debe escribir correctamente en cualquier caso, pero más en el
nuestro, porque somos profesionales de la palabra”, sostiene desde el
anonimato. “Algunos alumnos te dicen que se tiene que valorar solo el
conocimiento de la materia y no cómo se escriben las palabras porque
para eso existen correctores. Pero en las redacciones apenas queda esa
figura y ya no hay tiempo para corregir. Y, aunque los hubiera, no sería
excusa”.
Este docente esboza un presente y futuro negro en la Universidad: “La
comunidad educativa tiene cada vez más miedo a imponerse. Los alumnos
se atreven a decir y hacer cosas que en nuestra generación nunca
habríamos hecho, y los profesores se asustan —en algunos casos— o,
sencillamente, evitan los problemas porque, con la crisis, ven
recortados sus ingresos, aumentado su trabajo y lo último que les
apetece es enfrentarse a reclamaciones y quejas”.
En la Comunidad Valenciana quieren ponerle coto a las faltas en las
PAU (Pruebas de Acceso a la Universidad), eso sí, solo en las
asignaturas de Lengua y Literatura II. En la Selectividad se rebajará
hasta tres puntos por las faltas (0,25 por las grafías y 0,15 por las
tildes), un descuento que llegará a los cuatro en 2015. El recorte es
paulatino para dar tiempo a los institutos a que solventen el problema.
La reforma de los planes de estudio del Ministerio de Educación prevé
también reválidas al terminar la primaria y la secundaria. Dos pruebas
externas que quizá obliguen al profesorado a hacer hincapié en la
ortografía.
“Terminar con las faltas es complicado porque el resto de profesores
consideran que es un tema de Lengua que no les compete y no bajan la
nota”, lamenta Javier López, periodista de formación y docente de Lengua
en el instituto Serranía de Alozaina (Málaga). Existe también la queja
inversa: ¿si no le suspende el de Lengua, cómo lo voy a hacer yo en
Historia? “El español no es patrimonio de los profesores de Lengua. Es
de todos. Y cada uno en su ámbito tiene que enseñar su léxico y en clase
de Matemáticas no puedes dejar que un niño escriba hangulo. No puedes”, razona Medina Bocos.
Hace tres cursos, López, de 37 años, comenzó a ser profesor de Lengua
y Literatura y le sorprendió “una didáctica del siglo XIX en el XXI”.
En su opinión, para mejorar la ortografía “ya no sirve, como funcionó
con generaciones anteriores, hacer dictados o copiar muchas veces una
palabra mal escrita”. Él mantiene contacto a través de las redes
sociales con sus alumnos y les obliga a expresarse con corrección.
“Cuando escribías una carta te esforzabas, aunque fuese a un amigo,
porque era algo de lo que quedaba constancia y decía mucho de ti. Por
eso quiero que entiendan que en Tuenti o en Facebook también se puede
escribir bien y tienen que elevar el registro. La relación
alumno-profesor no puede ser la misma que entre ellos”. López saltó a
los medios con su campaña Tu ignorancia me alimenta. “Por cada falta que
le restaba puntos en el examen tenían que traer un producto si querían
recuperar la nota”, recuerda. Y así donaron 500 kilos de comida.
No todo son malas noticias. Hay una minoría muy preocupada por la
lengua. Lo constatan en el departamento de dudas de la RAE, Español al
Día, que recibe un centenar de preguntas diarias. “Cada vez más gente
accede a la educación media y superior y un buen dominio de la
herramienta lingüística es imprescindible para acceder a puestos de
trabajo cualificados. También ahora hay más medios para obtener
información y resolver cuestiones lingüísticas, como los diccionarios de
dudas o servicios como el nuestro, que permiten a los hablantes obtener
respuesta a sus preguntas sin tener que buscarla por sí mismos en
manuales de gramática u obras de referencia, a menudo, difíciles de
entender y digerir”, cuentan.
El descrédito del uso del lenguaje es tal que unas oposiciones a
Policía Municipal en Las Palmas de Gran Canaria levantaron polvareda el
año pasado por esta razón. Cien candidatos denunciaron ante el registro
del Ayuntamiento la prueba ortográfica que solo aprobaron 17 de los 168
opositores. La prueba consistía en descubrir los fallos de 22 frases en
10 minutos. La cuestión es: ¿debe el Estado bajar el nivel requerido?
“No es que las instituciones hayan de ser severas, sino justas”, matiza
Gutiérrez, también catedrático de Lingüística en la Universidad de León.
“Los que desean acceder a un puesto de la Administración no solo han de
conocer los asuntos que atañen a la plaza a la que concursa, sino
también a la lengua en que se expresan. Si los policías tienen que
redactar informes o levantar actas, han de demostrar en la oposición que
pueden hacerlo de forma correcta”.
El filósofo Pardo no da crédito: “Denuncian al Estado los infractores
de la norma más elemental para la convivencia (el uso respetuoso y
compartido de la lengua), pero si el Estado permitiese las infracciones,
que es lo que sí sería un delito atroz y una dejación escandalosa,
nadie pondría una denuncia. Todo un ejemplo de moralidad pública”. Y se
muestra categórico: “Los organismos no deben dejar de castigar a los
infractores de la ortografía como no dejan de hacerlo con los
infractores de las normas de tráfico”.
Con la reforma educativa del ministro Wert, los alumnos de secundaria
recibirán un 25% más de clase de Inglés, Matemáticas y Lengua. Quizá
entonces el drama de las faltas se acabe o, al menos, se aminore. De
alcanzarse este objetivo, será el adiós al hit del momento: ola k ase.
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