INVICTUS (PELÍCULA TRABAJADA EN LAS TUTORÍAS DE 1º DE ESO)



INVICTUS (William Ernest Henley)
En medio de la noche que me cubre,
negra como el abismo de polo a polo,
agradezco a cualquier dios que pudiera existir
por mi alma inconquistable.

En las feroces garras de las circunstancias
no me he lamentado ni he llorado.
Bajo los golpes del azar
mi cabeza sangra, pero no se doblega.

Más allá de este lugar de ira y lágrimas
se acerca inminente el horror de la sombra,
y aun así la amenaza de los años
me encuentra y me encontrará sin miedo.

No importa cuán estrecha sea la puerta,
cuán cargada de castigos la sentencia.
Soy el amo de mi destino:
soy el capitán de mi alma.

INVICTUS (William Ernest Henley)
Out of the night that covers me,
black as the pit from pole to pole,
I thank whatever gods may be
for my unconquerable soul.

In the fell clutch of circumstance
I have not winced nor cried aloud.
Under the bludgeonings of chance
my head is bloody, but unbowed.

Beyond this place of wrath and tears
looms but the horror of the shade,
and yet the menace of the years
finds and shall find me unafraid.

It matters not how strait the gate,
how charged with punishments the scroll,
I am the master of my fate:
I am the captain of my soul.

The Man in the arena es el título de un discurso que Theodore Roosevelt dio en La Sorbona en París, Francia, el 23 de Abril de 1910. Posteriormente fue re-impreso en su libro Citizenship in a Republic. El fragmento más notable y famoso del discurso:
No es el crítico quien cuenta; ni aquellos que señalan como el hombre fuerte se tambalea, o en qué ocasiones el autor de los hechos podría haberlo hecho mejor. El reconocimiento pertenece realmente al hombre que está en la arena, con el rostro desfigurado por el polvo, sudor y sangre; al que se esfuerza valientemente, yerra y da un traspié tras otro pues no hay esfuerzo sin error o fallo; a aquel que realmente se empeña en lograr su cometido; quien conoce grandes entusiasmos, grandes devociones; quien se consagra a una causa digna; quien en el mejor de los casos encuentra al final el triunfo inherente al logro grandioso; y que en el peor de los casos, si fracasa, al menos caerá con la frente bien en alto, de manera que su lugar jamás estará entre aquellas almas frías y tímidas que no conocen ni la victoria ni el fracaso.
Nelson Mandela dio una copia de este discurso a Francois Pienaar, capitán del equipo de rugby de Sudáfrica, antes del inicio de la Copa de Mundo de Rugby de 1995, aunque en la película Invictus que narra ese hecho, Mandela entrega una copia del poema Invictus de William Ernest Henley.

Tenemos con nosotros una de las grandes películas del año 2010, que sigue la estela dejada por los anteriores films de Clint Eastwood: Gran Torino, El Intercambio, Cartas desde Iwo-Jima, Banderas de Nuestros Padres... Es fundamental afirmar que Nelson Mandela (impresionante interpretación por parte de Morgan Freeman) es como la estaca que se hunde en medio de dos mundos separados, para abrir un momento histórico nuevo. Los dos mundos son el poder (los Afrikaners, los Blancos), y la venganza (los Negros). Mandela ha aprendido, a lo largo de sus años en la cárcel, que lo único capaz de vencer al Mal es el Bien, y lo lleva hasta sus últimas consecuencias, empezando por lo más cercano (su equipo de gobierno, sus guardaespaldas) hasta llegar a lo más lejano y lo más profundo (el partido político del que procede, la selección de rugby). Todo ello es posible gracias a personas que, fuera de la ideología de uno u otro extremo, comprenden sencillamente lo que “Madiba” quiere hacer (entre ellos, el capitán del equipo de los Springboks, la selección de Sudáfrica: Francois Pienaar, interpretado magistralmente por Matt Damon).
El inicio y el final de la película son como un nudo que engancha perfectamente: ver cómo el coche de Mandela, saliendo de la cárcel, cruza entre dos mundos separados, y ver cómo esos dos mundos se unen, poco a poco, gracias a la experiencia de una vida que ha descubierto la Reconciliación como lo más fundamental de la existencia.

La Reconciliación en Mandela no es fruto sólo de la cárcel. En él se dan, entremezclados, el fracaso en su vida familiar, el sufrimiento y la esclavitud, la oración y la relación con Dios, y todo ello desemboca en una visión lúcida, contundente, trascendente, personal y social, de cómo tiene que ser la sociedad. Y los pasos que da, todos los pasos, van hacia este fin. Él no pretende ser un líder, y su “gobierno” se convierte, por tanto, en un servicio al bien de todos.

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